lunes, 21 de octubre de 2013

Trabajando duro (parte 1)

Malos tiempos...

Eusebio había sido uno de los desafortunados elegidos para ser despedidos de la empresa ganadera en la que había trabajado toda su vida. La zona en la que vivía era eminentemente rural, y la automatización había provocado reducciones de plantilla en varias ocasiones durante los últimos años, y en esta ocasión le había tocado a él. La mayoría de sus vecinos habían emigrado ya a la ciudad, donde había más oportunidades, pero él no tenía los medios para poderse marchar, ni familia que le pudiese acoger.

Con el desempleo por las nubes, encontrar un nuevo trabajo, especialmente en una zona rural, iba a ser toda una odisea. Tras unos meses hojeando periódico tras periódico, y llamando a las pocas ofertas que había visto, ya había perdido la esperanza. ¿Quién iba a contratar a un crío de 22 años, con tan solo los estudios básicos? Además, estaba agotando sus escasos ahorros, y no podía seguir así mucho más tiempo.

Entonces vio un anuncio que le llamó la atención:

Él no tenía experiencia en esos temas, pero sabía de qué iban. Como el que más y el que menos, en los últimos años había visto en Internet vídeos e historias acerca del mundo del BDSM, y sabía de la existencia de mazmorras donde tenían esclavos 24 horas para servir a sus socios. La idea le había dado curiosidad, pero jamás se habría planteado probar algo así. Sin embargo, ahora la desesperación le animaba a probar suerte. Al fin y al cabo, no era muy lejos de allí, le cubrirían todos los gastos, y no tenía nada que perder, por lo que decidió llamar y concertar una entrevista.

La prueba

Llegó el día que habían acordado, y a la hora prevista él ya estaba esperando delante del portal en la dirección que le habían dado. Se trataba de una propiedad en una zona un poco aislada: si bien una estrecha carretera pasaba por delante, no había otra casa en varios kilómetros a la redonda. Unos muros rodeaban el amplio terreno, y a través del portón se veía la fachada de una casa de piedra, antigua pero bien cuidada. Llamó al timbre, y dos mujeres salieron a recibirle.
— Hola, tu debes ser Eusebio, el candidato... ¿verdad?
— Si, y tu eres... ¿Rebeca?
— Así es, y ella es mi pareja: Lorena.

Rebeca era una mujer alta y voluminosa, de pelo entre rubio y castaño. Llevaba una blusa rosa con escote cuadrado que permitía imaginar el gran tamaño de sus pechos, y unas mallas negras que transparentaban ligeramente. Lorena era morena, un poco menos corpulenta y más baja. Vestía una camiseta azul de escote redondeado, cubierta por una chaqueta blanca y abierta, y un pantalón también blanco que marcaba su impresionante cadera y fuertes muslos. Era la primera vez que Eusebio veía una pareja de lesbianas, y ésto le excitaba bastante, especialmente porque siempre le habían atraído las mujeres con buenas curvas como ellas.

Las mujeres le hicieron una breve entrevista:
— ¿Tienes experiencia en el BDSM?
— No, aunque siempre he sentido cierta curiosidad...
— Entonces, ¿qué te motivó a llamar?
— Mi situación es un poco desesperada, llevo bastante buscando trabajo, y hay pocas expectativas por aquí.
— Para este trabajo hace falta una buena forma física, ya que tendrías que hacer ciertos esfuerzos, y también saber llevar la disciplina: debes obedecer sin rechistar. ¿Crees cumplir ambos requisitos?
— Bueno, mi anterior trabajo en la granja era bastante duro, por lo que creo poder con el esfuerzo, y sobre la disciplina... mis padres me dieron una educación muy estricta, y en la empresa nos traían muy a ralla, por lo que creo soportarlo.
— Interesante...aunque tendremos que ponerlo a prueba.

Eusebio no sabía realmente qué esperar de la prueba, pero estaba asustado. Las mujeres se alejaron unos pasos para hablar en privado, y al acercarse de nuevo le ordenaron quitarse la ropa, dejando únicamente la ropa interior y el calzado para, según ellas, examinar el material. Su rostro se enrojeció, y titubeó un instante, pero tras recordar su situación, obedeció. Las mujeres dieron una vuelta alrededor de él, observándolo, mientras él se encogía de vergüenza. A continuación, le ordenaron caminar tras ellas, y le guiaron al prado situado al lateral de la casa.

El prado estaba cubierto de una verde capa de hierba de poca altura. Medía poco más que un campo de fútbol, y estaba rodeado en dos laterales por el muro exterior de la propiedad, y en los otros dos por un muro de piedra de poca altura, con un portón de madera hacia el lado de la casa. Cuando llegaron al portón, pudo ver que al lado del mismo, en el interior, había una especie de carro, aunque diferente a los que él conocía.
— Hasta ahora nos has dado una buena imagen, obedeciendo sin rechistar, pero nos gustaría probar un poco tu forma física también... así que decidimos que la mejor forma es con nuestro rickshaw.

Sin entender muy bien, Eusebio siguió las indicaciones de las mujeres y se acercó al carro, ocupando la posición que en otro caso habría ocupado el caballo, mientras las mujeres le terminaban de explicar la prueba. En resumen, querían que les de un paseo alrededor del prado, sentadas en el extraño medio de transporte al que le habían amarrado mediante unas muñequeras. Era algo extraño para él, pero necesitaba el puesto, y ya había llegado demasiado lejos para asustarse por algo así.

Una vez ambas chicas se subieron al rickshaw, le ordenaron empezar a caminar, dando una vuelta a la finca a ritmo de paseo. Empezó a tirar del carro, y con el esfuerzo de ponerlo en marcha comprendió que no era tan fácil como había imaginado: entre el carro y las dos mujeres probablemente sumaban 200 Kg, y no era fácil vencer la inercia. Al menos, una vez en marcha las ruedas permitían que se deslizase sin demasiado problema por el pasto, y manteniendo el ritmo de paseo pudo completar la vuelta en unos 7 o 8 minutos. Pero entonces Rebeca le dijo:
— Bien, veo que no has tenido demasiadas dificultades en adaptarte al tiro, por lo que ya podemos empezar en serio. Vamos a cronometrar cuanto tardas en danos dos vueltas, así que hazlo tan rápido como seas capaz.

Esto sorprendió a Eusebio, que esperaba haber terminado ya, pero nuevamente obedeció y, a la señal, empezó a tirar tan rápido como pudo, para demostrar a las chicas que podía hacer un buen tiempo. Correr tirando del carro ya no era tan sencillo, y antes de terminar la primera vuelta ya estaba sudando a pesar de estar en ropa interior. Trató de mantener el ritmo lo mejor que pudo, a pesar de que la segunda vuelta se le hizo mucho más larga, pero por fin llegó de nuevo al portón, donde se detuvo respirando agitadamente. Entonces Lorena le dijo a Rebeca:
— Siete minutos, quince segundos. Bueno, eso apenas llega a trote, pero es aceptable para su primera vez... Con entrenamiento mejorará.
— Supongo que tienes razón, pero aún no se si se adaptará a la disciplina necesaria...

Mientras hablaban, bajaron del carro y lo liberaron, aprovechando para echarle un nuevo vistazo. Por su frente escurrían unas gotas de sudor, y estaba rojo tanto por la vergüenza como por el esfuerzo. Rebeca continuó:
— Verás, lo más importante para este puesto es que comprendas que tu recompensa no es quedarte aquí ni el dinero, sino el saber que nos has complacido tras un duro día sirviéndonos. Es algo que requerirá un proceso de adaptación, ya que la sumisión debe cultivarse, pero nos gustaría saber si tienes la mentalidad adecuada para lograrlo. Por eso....— y Lorena completó la frase.
— Quiero que beses mis botas.

Eusebio no pudo evitar soltar un sorprendido "¿Qué?", al que la chica respondió con una pequeña bofetada que lo dejó más perplejo todavía, seguida de un "¡Hazlo!". ¿Qué debería hacer? Por su cabeza pasaron mil ideas en un instante. Él había ido tan solo a una entrevista, y esto no se parecía en nada a las anteriores que había hecho... ¿Cómo se había atrevido a darle una torta? Pero por otro lado, recordó su nevera casi vacía. Además, la verdad es que las botas se veían realmente sexys en sus piernas... ¿Qué? ¿Cómo podía pensar en eso en este momento? ¿Se estaba excitando?

Hasta que finalmente tomó una decisión. En un gesto que le sorprendió más a él que a las mujeres, se arrodilló y besó las botas de Lorena, que miró a su pareja, y ambas sonrieron.
— Vaya, tenía claro que eras sumiso, pero tu necesidad nos lo ha puesto demasiado fácil... Definitivamente estás cualificado para el trabajo. Te explicaremos los detalles en la casa...

 

Continúa en Trabajando duro (parte 2)

2 comentarios:

  1. Hola, y gracias por vuestras visitas. Siento tener el blog tan descuidado, pero no siempre hay tiempo para todo, y he tenido que ir aplazando el publicar la siguiente entrada demasiado tiempo ya.
    Por fin he sacado un rato para escribir y publicar el comienzo de una nueva historia, que confío poder continuar los próximos días con un poco más de acción.
    Como siempre, vuestros comentarios son bienvenidos!

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  2. Ma alegra verte por aqui de nuevo, espero con impaciiencia la continuación de esta historia. Parce que has vuelto con fuerzas.

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